maginen que una chica adolescente les presenta a sus padres el muchacho con el que sale. Un chico con barba, desprolijo, algo sucio y de malos modos. Cuando quedan a solas, los padres le dicen a su hija que ese chico no les gusta y que no quieren que lo vea nunca más. Pero ella mantiene la relación en secreto. Pasan los años y llega el momento en el cual los jóvenes se quieren casar. La joven, entonces, presenta al muchacho ya sin barba, bien vestido, limpio y educado. Entonces los padres la abrazan emocionados y le dicen: «Este sí. No lo vas a comparar con el otro mamarracho que nos presentaste hace cinco años». Es el mismo hombre, pero su imagen dista mucho de aquella que motivó su expulsión y los padres no pueden relacionar a un joven con el otro.