Desde el mismo día del golpe militar en Chile, el poeta Jaime Quezada registra el acontecer cotidiano, un invaluable documento de la atmósfera de peligro, dolor y angustia de ese año: “A no más de 150 metros repetidos tiros de fusil-ametralladora rompen la noche y mi quietud-inquietud hogareña. Disparan como si estuviéramos en los días inmediatos al 11 de Septiembre. Tengo la muerte a un lado de la mesa del comedor y al otro, la vida. Es aún demasiado temprano para el toque de queda.”