Esta imposibilidad de invadir totalmente el lugar convierte al Hotel Arbez en una puerta de entrada ideal a Suiza, que, a causa de su neutralidad, es un país de asilo para todos los refugiados de Europa y un inmenso estrado de intrigas para los miembros de la Resistencia y para todo tipo de espías. Consciente de esto, Max Arbez ofrece sus servicios a la Resistencia francesa. De inmediato, le encargan la misión de repatriar espías. Para llevarla a cabo, antes que nada, debe burlar la vigilancia de los centinelas alemanes que están en sus puestos cercanos, asegurar la complicidad activa o pasiva de los aduaneros suizos y esperar. Numerosos protegidos de Max Arbez pasarán así horas escondidos en el primer piso del hotel, bien resguardados en la granja del jardín o escondidos en los sótanos, a la espera de una señal de su anfitrión para fugarse a Suiza.