Hacerse promesas parece un gesto antiguo. Un gesto romántico o caballeresco que se pierde entre los recuerdos de la inocencia juvenil. Hacer una promesa verdadera se ha convertido hoy en un acto entre incómodo e inesperado. Prometer es una acción que se hace con la palabra y que, de la nada, hace nacer un vínculo y un compromiso capaces de atravesar el tiempo y reunir, en una sola declaración, pasado, presente y futuro. Pero ¿cómo prometer nada si ponemos el futuro en peligro? Esta es la pregunta del sentido común: sin futuro no hay promesas. Podemos darle la vuelta: ¿qué futuro podemos tener si no nos atrevemos a prometernos nada? Las cárceles de lo posible son el escenario reiterado de la servidumbre y de la rendición.