LAS CIUDADES fundadas hasta entonces eran tan nuevas, y los hombres que las habitaban tan recientes, tan primitivos, que conservaban el color de los adobes; pero no por eso algunos hubieran dejado de cometer, en tan pocos días, todo el mal posible. Dios sabía muy bien todo esto, y queriendo remediarlo, mandó llamar al cielo al hombre más bueno de toda ciudad para tornarlo santo y darle poder para restituir la bondad perdida de aquellos hombres. Y desde allí todas las ciudades tuvieron un santo patrón.