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Jorge Franco

El Mundo De Afuera

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El mundo de afuera transcurre en Medellín. Una especie de castillo se atisba en las frondosas afueras y de una puerta sale corriendo una niña rubia. Unos ojos miran cautivados esa presencia insólita y la niña se pierde en el bosque. En 1971, el padre de esa niña, don Diego, ha  sido secuestrado. El Mono es el cabecilla de los maleantes, cuya intención es pedir un rescate millonario a la familia. El Mono tiene otras razones que las económicas para secuestrar a don Diego: la obsesión amorosa por la hija de este, Isolda, una princesa rubia a quien el padre, amante de la ópera de Wagner, mantiene encerrada en el “castillo” para preservar su pureza y evitar el contagio con el mundo sucio que les rodea. Don Diego es germanófilo y se ha casado con Dita, una mujer alemana que dejó el Berlín nazi para vivir en la copia del castillo de La Rochefoucauld que su marido ha levantado en Medellín. Desde muy pequeña, Isolda ha tomado la costumbre de escapar al bosque, donde antes jugaba con conejos fantásticos que le tejían peinados, mientras el Mono la admiraba encaramado en los árboles. Una breve, y hasta cierto punto, sencilla novela sobre el amor y la muerte, poética y detallista, con un  sobresaliente manejo de la tensión, y que, incorporando técnicas cinematográficas como el flashback y la narración paralela, también bebe de fuentes como el cuento folclórico o la crónica de sucesos.
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240 printed pages
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Impressions

  • Bildor Blaracshared an impression5 years ago
    👍Worth reading

  • sautigirlshared an impression8 years ago
    🚀Unputdownable

Quotes

  • Camila Alzatehas quoted6 years ago
    —¡Isolde, Isolde, ya llegó tu papá! —grita hacia el jardín, y justo en ese momento suena el pito y Guzmán sale apurado a abrir la reja. Dita se levanta del tocador y alisa su falda. Las mucamas y las cocineras dicen, ¡llegó el señor! Hugo, el paje, camina derecho, con pasos cortos y rápidos hasta la puerta principal, y maldice porque siempre que se pone los guantes se le van dos dedos donde solo cabe uno.
    Gerardo abre la puerta de la limusina y don Diego se baja, vestido de negro de la cabeza a los pies. Respira profundo el olor de las azucenas y va hasta las escaleras amplias donde lo reciben Hugo y su venia.
    La niña sale del bosque saltando sobre hortensias, crisantemos, santolinas y begonias. Esquiva las raíces de los cauchos que brotan de la tierra como anacondas. Don Diego oye los pasos que vienen en carrera, oye el jadeo y el esfuerzo de ella por llamarlo en medio de la emoción. La ve abajo del porche, a su princesa, que brilla en la penumbra con el pelo hecho un disparate: cuatro cadejos enroscados le caen como los cuernos de un gorro de bufón, en el centro le sale un mechón en cono y en la punta, una
  • Camila Alzatehas quoted6 years ago
    Apenas se oye el viento que opaca desde lo alto, como un manto protector, el rumor encajado de las textileras, de la siderúrgica, de buses, carros, motos y hasta del tren que cruza Medellín en sus últimos viajes. La loma del castillo es empinada y se aleja con arrogancia del bullicio diario. Solo tiene dos carriles pavimentados, un poco más anchos que los neumáticos de los carros. Se llama loma de los Balsos porque alguna vez estuvo sembrada de balsos desde abajo hasta la cima. Los aviones sacuden la tranquilidad de la montaña cuando vuelan pegados a la cordillera. Si alguien va en el lado derecho del avión, puede ver desde el aire el castillo y sus jardines. Y si tiene suerte, puede ver a la princesa saludando con la mano a los que vuelan sobre ella.

    Abajo, al fondo, el valle se parte en dos por un río que suelta olores y sobre el que revolotean los gallinazos atentos a lo que salga de las alcantarillas. La corriente lenta arrastra basura, excrementos y espumas, y a lado y lado vivimos un poco más de setecientas mil personas en barrios simples y tranquilos. También hay fábricas que ensucian el aire con humo.
  • Camila Alzatehas quoted6 years ago
    La muerte se enamoró de la princesa de quince años, se le metió en el cuerpo, le invadió el sistema nervioso y se la llevó sin que pudiera despedirse de sus padres, sin que yo pudiera verla por última vez, sin que ella misma se diera cuenta de que moría.
    La noticia voló loma abajo y como no la creí, corrí hasta el castillo para desmentir semejante despropósito. Había mucho silencio. No se oía ni el bosque. Ni yo mismo oía mis jadeos por el cansancio. Ni el agua en las fuentes ni la que baja por el arroyo. Ni un solo pájaro. Era como si todo se hubiera muerto en el castillo. No vi a nadie afuera ni detrás de las ventanas. Hasta que el misterio lo rompió un llanto desgarrado. Venía de adentro y se quedó pegado en el aire tanto tiempo que tuve que taparme los oídos para volver al silencio. No podía ser sino de su madre.

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