En doscientos años de vida republicana, si un signo nos ha definido ha sido el del militarismo invadiendo el ámbito de la ciudadanía. Dominados como hemos estado por el mito del “hombre fuerte”, la mitología militarista ha sustituido a Ia historia y han quedado detrás de las cortinas los civiles, cuya labor democrática ha sido una larga, accidentada y titánica tarea. Suerte de mito de Sísifo a Ia venezolana.
Dada Ia hora actual, cuando el mito del hombre providencial ya no puede traernos mayores desgracias, es muy probable que hombres discretos y eficaces, como estos 19 venezolanos representativos de dos siglos de historia -Roscio, Madariaga, Bello, Vargas, Tovar y Tovar, Gallegos, Reverón, Villanueva, Leoni, Uslar, entre otros— que Arráiz pone en primera fila, comiencen a llamarnos Ia atención. Ninguno de ellos empuñó las armas para incidir sobre Ia realidad. Sus instrumentos fueron otros: Ia palabra, el estetoscopio, el pincel, el crucifijo, la regla de cálculo, las leyes. El tejido de Ia civilidad, para el autor, no tiene ni debe tener como centro neurálgico al Estado. Debe nutrirse de la diversidad de quehaceres aquí recogidos, que incluyen Ia poesía, la pintura, el periodismo, Ia arquitectura, la ingeniría y tantas otras disciplinas indispensables en el modelaje de una nación.