La espada de la asesina (Trono de Cristal)

Ella era fuego, era oscuridad, era polvo y sangre y sombra.

—En cualquier caso, significa que ella tiene fe absoluta en que no fallaremos —dijo Celaena.

El Maestro Mudo le había dicho que la gente lidiaba de maneras distintas con el dolor: que algunos elegían ahogarlo, otros amarlo y otros elegían permitirle convertirse en rabia.

—Pero si los doscientos esclavos que liberé cuentan la historia, entonces no, supongo que no me lo merecía.

—Si Arobynn Hamel cuenta la historia, entonces sí, supongo que me lo merecía. Le costé mucho dinero, todo un reino de riquezas, quizás. Lo desobedecí y fui irrespetuosa y no sentí ningún remordimiento por lo que hice.

—Si Arobynn Hamel cuenta la historia, entonces sí, supongo que me lo merecía. Le costé mucho dinero, todo un reino de riquezas, quizás. Lo desobedecí y fui irrespetuosa y no sentí ningún remordimiento por lo que hice.

Mi nombre es Celaena Sardothien —susurró—, y no tendré miedo.

—Yo también tengo miedo —le murmuró hacia la piel—. ¿Quieres escuchar algo ridículo? Cuando estoy demasiado asustado, empiezo a decirme a mí mismo: Me llamo Sam Cortland… y no tendré miedo. Llevo años haciéndolo.

Déjame darte un consejo —le dijo la chica con amargura— de una joven trabajadora a otra: la vida no es simple, no importa quién seas. Tomarás las decisiones que consideres correctas y luego sufrirás por ello —parpadeó con esos ojos sorprenden

—Mi nombre es Celaena Sardothien —susurró—, y no tendré miedo.