En mi recuerdo, en un momento dado, los ruidos se apagan y le veo. Inmenso. Ante mí. No le reconozco. Me mira. Sonríe. Se deja mirar. Un cansancio sobrenatural aparece en su sonrisa, el de haber llegado a vivir hasta este momento. Por esta sonrisa, de pronto, le reconozco, pero desde muy lejos, como si le viera en el fondo de un túnel. Es una sonrisa de turbación. Se excusa de estar ahí, reducido a un desecho. Y luego la sonrisa se desvanece. Y vuelve a ser un desconocido. Pero el conocimiento está ahí, el conocimiento de que ese desconocido es él, Robert L., en su totalidad.