Frederick Montgomery tiene treinta y ocho años, y está en la cárcel a la espera de que le juzguen por robo y asesinato. Pero este libro de pruebas que no prueba nada, esta confesión dirigida al juez, no pretende conseguir una sentencia más leve, sino indagar en las causas del crimen, desvelar el opaco enigma que Freddie es incluso para sí mismo. Hijo de buena familia, científico brillante durante un breve período de su juventud, se ha pasado los últimos años a la deriva, errando por islas del Mediterráneo nada paradisiacas, entre bares de mala muerte y una bohemia mucho más cerca de la degradación que del arte. Hasta que de regreso a Irlanda a buscar fondos, y en el curso de un robo absurdo, arrastrado más por una oscura fascinación que por la necesidad, secuestra y mata a una joven criada. Pero, ¿por qué, en una existencia signada por el desapego, por una deriva que le ha convertido en un perpetuo extranjero, esa obsesión por el retrato anónimo de una mujer de mediana edad, no demasiado hermosa, que pretendía robar y que le condujo al crimen? ¿Qué es verdad y qué es mentira en su relato del crimen, en la novela de su vida?