Por otra parte, ante esta carencia de interioridad, muchos que la buscaban recurrieron especialmente a todo tipo de métodos de meditación de orientación budista. Una amplia gama de “ofertas” de la Nueva Era se han expandido por doquier. El hecho es que quienes buscaban un mayor cultivo de la espiritualidad, no encontraron muchas veces respuesta a sus anhelos en el ámbito eclesial.
La carencia de interioridad (el P. Kentenich habla de una cultura sin alma) no sólo afecta al hombre en su calidad de persona humana, sino también repercute, y profundamente, en la vitalidad de su fe. Porque ésta se mantiene y se alimenta del contacto íntimo y personal con el Señor.
Si no tenemos “vida espiritual”, entonces el sarmiento se seca y no da fruto. Es en la oración y la meditación donde alcanzamos ese “permanecer” en el Señor, del cual nos habla san Juan en la alegoría de la vid (Cf. Jn 15, 1 y ss).