Banquete de perros, de Hernán González, es una colección de cuentos que transcurre al filo de la medianoche, cuando el coyote aúlla y lanza sus alaridos la hiena. Son relatos en ese filo donde todo es posible, hasta lo más ignoto y extraño, pero también lo real que se asoma en las madrugadas de México –porque aparece vívido este país que sé ha marcado al narrador–, y que Hernán vive y revive en doce notables relatos. Es la violenta Ñamérica, como diría Caparrós, y es también un desbarrancadero vallejeano el que González nos hace recorrer, siempre baudeleriano flaneur, de estas tierras del demonio o del diablo, del que camina insomne en la medianoche de la violencia desmadrada. Banquete de perros hay que leerlo sin temor a las dentelladas. Su realismo sangrante no nos libera de lo que somos sino que nos enfrenta a ello: onírico, cinematográfico, realista, surreal, conmovedor. Somos este banquete latinoamericano, una comilona como de la William Burroughs, Almuerzo desnudo, donde ves la carne cruda en la punta del tenedor y que tienes que masticar y tragar. Tomás Harris.