Al mismo tiempo, los primeros curanderos deben haber aprendido que hay síntomas ambiguos; por ejemplo, se puede estar acalorado sin tener una infección, y triste sin estar deprimido. O sea, hay que distinguir lo que se siente o percibe de lo que ocurre realmente. Y quien haga esta distinción filosofará e incluso superará a Kant (1787, B724), quien, en su principal libro, afirmó que todo es subjetivo o aparente: que el universo es «una suma de apariencias».