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Yukio Mishima

La perla y otros cuentos

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  • jimenalg03has quoted5 years ago
    El olvido llegó, inadvertidamente, cuando nadie lo esperaba. Logró filtrarse por un ínfimo intersticio e invadió el organismo como un germen invisible, abriéndose paso lenta pero seguramente. Tomoko atravesaba inconscientes presiones como cuando uno se resiste a un sueño. Rechazaba el olvido y se decía que aquél provenía de la fuerza transmitida por el nuevo hijo que había concebido. Pero el niño sólo ayudaba.
  • Ivana Melgozahas quoted2 days ago
    Hinaginu había muerto, en escena, a causa de un dolor tan intenso que le impedía seguir viviendo. La Hinaginu del espejo, en cambio, era un fantasma. Un fantasma que estaba abandonando el cuerpo de Mangiku en aquel preciso momento. Los ojos del actor perseguían a Hinaginu; pero, así como se apaga el fulgor de las pasiones ardientes, el rostro de Hinaginu se desvaneció.
  • Ivana Melgozahas quoted2 days ago
    El rubor, consecuencia de sus esfuerzos en el escenario, era aún visible a través del polvo que cubría sus mejillas, como lo hace el sol de la mañana cuando atraviesa una fina capa de hielo.
  • Ivana Melgozahas quoted2 days ago
    Noviembre estaba avanzado y la calefacción empañaba los vidrios de las ventanas. Un ramo de crisantemos blancos se inclinaba graciosamente en un florero cloisonné colocado a un lado del tocador de Mangiku.
  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    Sí, Mangiku era totalmente afeminado en su hablar y en sus movimientos cotidianos. De no ser así, aquellos momentos en los que el esplendor del onnagata que acababa de representar se diluían gradualmente como el agua del mar sobre la playa se habrían convertido en una zona divisoria entre el mar y la tierra. Una puerta cerrada entre la realidad y el sueño. La ficción de su vida era el sostén de sus interpretaciones escénicas. Y Masuyama opinaba que aquello era lo que distinguía al verdadero onnagata. Un onnagata es el hijo nacido de la unión ilegítima entre el sueño y la realidad.
  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    Las grandes emociones de la tragedia clásica parecían basarse, por lo menos en apariencia, en hechos históricos, pero en realidad no pertenecían a período alguno. Eran las emociones propias de un mundo estilizado, grotescamente trágico y vívidamente coloreado a la manera de una estampa moderna. El dolor que sobrepasa los límites, las pasiones sobrehumanas, el amor que se marchita, el gozo espeluznante, los cortos alaridos de aquellos que se encuentran atrapados por circunstancias demasiado trágicas como para ser resistidas, todo ello se había alojado minutos antes en el cuerpo de Mangiku y resultaba sorprendente que tan frágil estructura hubiera podido albergarlos sin quebrarse como un delicado recipiente.
  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    Aun sin ropa, Mangiku parecía lucir varias capas de espléndidos ropajes bajo la piel. Su desnudez era, solamente, una manifestación fugaz.
  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    Los blancos pies desnudos precipitándose hacia el desastre y la muerte, apartando los pliegues del kimono hacia un lado, parecían saber cuándo y en qué punto del escenario se terminarían las violentas emociones que en aquel momento la embargaban y la apremiaban para llegar al lugar fatídico, jubilosa y triunfante, aun en medio de la tortura de los celos. El dolor de Omiwa tiene un fondo de alegría, así como en su vestidura las tonalidades oscuras contrastan con los relucientes cordones de seda de variados colores que aparecen en los dobleces.
  • Ivana Melgozahas quoted11 days ago
    Luego de ejecutar los últimos trámites que debe cumplir el viajero al llegar a destino, Kawase subió apurado las escaleras alfombradas de rojo y vio inmediatamente, entre el público, a su esposa con el niño en brazos.

    Ella vestía un pulóver verde seco y había engordado durante su ausencia. El hecho de que sus rasgos parecieran borrosos la hacía más atractiva.
  • Ivana Melgozahas quoted11 days ago
    Cuando se despertaron por la mañana, después de un corto sueño, descorrieron las cortinas y contemplaron la bahía de San Francisco que, entre edificios, brillaba a lo lejos bajo la luz del sol.

    Mientras ingería su solitario desayuno de la mañana anterior, Kawase había arrojado migas a las palomas que se posaban sobre el alféizar. Volvieron nuevamente al oír abrirse la ventana. No hubo migas, sin embargo, pues Kawase no podía pedir el desayuno a su habitación. Decepcionadas, las palomas se retiraron a un hueco, bajo el alféizar, estirando el cuello de vez en cuando, como esperando su ración. Luego, se alejaron volando. Sus cuellos eran una intrincada combinación de azul, marrón y verde.
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