El peatón inmóvil

La vida es más importante que cualquier lectura, aunque unas cuantas líneas puedan llegar a salvarnos la vida.

«Quizá el último y fatal y no nombrado Jinete del Apocalipsis sea nada menos que la obsesión por el trabajo incesante»

La vida es más importante que cualquier lectura, aunque unas cuantas líneas puedan llegar a salvarnos la vida

Si para ciertos temperamentos la escritura es una suerte de segunda respiración, para otros no es más que una forma del estornudo

Pero la sombra de esos títulos nos alcanza fatalmente durante las conversaciones

La mano indecisa que recorre los estantes en busca de «algo que se deje leer» atraviesa de pronto un campo magnético de carga misteriosa, huraña, que tiene la virtud de repeler cuanto se encuentra en sus inmediaciones: lomos ensombrecidos y cubiertos de polvo que hace un mes, hace un año, hace una vida nos prometimos leer, y ante los cuales la mano se desvía rápidamente con un sentimiento de intranquilidad y zozobra. Es un ritual que se repite de forma tan incontrolable como un espasmo de hipo, y que, al igual que éste, deja un regusto insano —y en ocasiones sombrío— en nuestra conciencia

hasta que un buen día la magia negra se completa y esos títulos pesan en nuestra conciencia como una losa, como un lastre o un desproporcionado tabú. Libros cuya sola mención es suficiente para ganar un espacio en nuestras pesadillas

Pensar con demasiada insistencia en los libros que no hemos leído, pero que nos gustaría leer, produce una especie de maleficio que termina orillándonos a no leerlos nunca

Hay tanta materia personal incrustada en ellos que cuando uno duerme sobre una almohada ajena no puede más que soñar sueños prestados; y cuando uno toma un lápiz que no le pertenece los trazos sobre el papel resultan muy poco familiares, se diría que un tanto deformes, impostados, bastardos.

Ese baile apacible de pedazos de pelo y excoriaciones mínimas, de fragmentos de uñas y pellejos que después se depositará a manera de capa finísima sobre los muebles y los libros es, de algún modo íntimo y desconcertante, una extensión de
nosotros mismos; quizá se podría decir que componen nuestra verdadera sombra