En los últimos años, con el pensamiento feminista ampliamente divulgado, con las muchas formas en las que nuestra manera de percibirnos como mujeres ha ido cambiando y revolucionando nuestros propios secuestros interiorizados, las mujeres hemos aprendido a enraizarnos en la querencia personal. Querer el cuerpo es comprenderlo, explorarlo, dimensionar su lentitud y su límite, su peso real, sus manchas, sus pliegues, su pelambre, su misterio y sus cambios. Ningún cuerpo se detiene acá. Todos los cuerpos cambian todo el tiempo, voluntaria e involuntariamente. Y, sin embargo, luchamos aún con el discurso que nos secuestra de nuestra propia carne: nunca estamos en el peso, nunca estamos lo suficientemente fuertes, siempre sujetas por esa mirada que mide.