Una barba para dos

Es difícil encontrar a un hombre a quien le guste tanto la literatura como el sexo. Si a ti te gustan ambos, llámame y podemos echar un polvo (quizás el de la página 39) y discutir estas historias. O proponme tú alguna lectura o alguna postura.

—¿Qué pasa, su fetiche son los poetas?

—Al revés. Quiere ser el fetiche de los poetas.

Solo compartida puede el hambre saciar el deseo.

Juan me sonrió.

—Pues escucha otro sonido de la naturaleza —me dijo—. Quiero que me folles.

Y de repente su lengua se apretó, húmeda y cálida, contra la piel de mi escroto, y se me escapó un gemido que fue una sola vocal, «Ooooooooooooo», y por fin entendí por qué la gente se rasura allí.

Sin duda, lo ideal: un poco más de lo que me cabe en la boca, para permitirme hacer un esfuerzo y conseguir engullir ese centímetro de más… Esa, como diría Ricitos de Oro, es la polla perfecta para mí.

Mirándote aún dormido, recorriendo con los ojos tu cuerpo desnudo debajo de la sábana, se me levanta la polla como la batuta del director, alzada y preparada para que comience la sinfonía.

Yo quiero vivir en ese otro universo, en el cual sí te besé en vez de reprimirme por temor a que fuera a estropear nuestra amistad.

Veo que ya habéis hecho vuestras primeras elecciones. Pero si necesitáis alguna recomendación más… O sugerencias para buenas combinaciones de sabor, estoy a vuestra disposición.

Prueba de lógica marica

Si Juan tiene trece cervezas y nueve condones, ¿a cuántos amigos debe invitar a su casa esta tarde?