La gente suele cagarse encima cuando se muere.
Sus músculos se relajan, su alma revolotea en libertad y lo que queda… sale fuera, sin más. Aun con la adoración que su público profesa a la muerte, los dramaturgos rara vez mencionan este hecho. Cuando nuestro héroe exhala por última vez en brazos de su heroína, nunca se refieren a la mancha que se extiende por sus calzas ni al olor que inunda de lágrimas los ojos de ella mientras se inclina para darle su beso de despedida.