resultaban doce mil rublos. Al multiplicar, justo en el momento en que llevaba cuatro, miré por la ventana. Por el pequeño patio de cemento, envuelto en un abrigo de esclavina que el aire hinchaba levemente, con sus rizos pelirrojos que le salían por debajo del sombrero de fieltro, apoyándose en su bastón, avanzaba el señor Zagurski, mi profesor de música.