—No puedo creer que en medio de esta carnicería precisamente tú sigas viva. —Nicasia levantó la cabeza. Urakarnake, por una vez, la miraba sin desprecio. Parecía divertirse con un chiste privado. Estaba cubierto de sangre y tenía las piernas llenas de quemaduras. La poca ropa que le quedaba eran harapos que le colgaban del cuerpo—. ¿Qué hay que hacer para matarte, rata? —le preguntó.
—Lo dices como si librarse de ti fuera fácil —logró contestar ella.
El gorrorrojo soltó una carcajada. Sin mediar palabra se la cargó al hombro.