La poesía de Karla Marholz se muestra como el fluir potente de una voz arraigada en experiencias como las del amor, el dolor, los encuentros, el abandono, los cuestionamientos esenciales, el sentido de lo que existe, la presencia de la muerte. No es una poesía que se detenga o deleite en la contemplación de paisajes externos bellos en sí, o en dulces reminiscencias de tiempos que se contemplan con nostalgia, sino una poesía –a veces escrita en verso y otras en una arrolladora prosa poética–, que es como dar cauce a contenidos de la conciencia que se dejan fluir, llevando con ellos la verbalización de vivencias profundas. Encontramos en estos textos –más de un centenar— una voz poética acrisolada, impelida por fuerzas potentes de una experiencia estética y humana que se libera. Una poesía en que el amor está presente: “Por qué no hablar de amor si siento que se me revienta el pecho”; “Te amo por ser ese negro abismo que en la noche se levanta”. También la muerte: “La amenaza de muerte, debo reconocer, me produce cierto regocijo”. Y la intertextualidad que exige un lector culto, que conozca de ciertos referentes del cine o la literatura: “Como la cama de Oliverio, apretar un botón y que se abra la mitad y alguien caiga. Eso me gustaría tener, una cama como la de Oliverio y yo ser Oliverio y las mujeres que caen, ser el que busca, lo encontrado y lo perdido, y lo que cae, ser todo lo que cae y caer y caer y caer” (Botón de pánico). Respecto del título, un acierto: Del corazón la boca, clave del libro: desde la experiencia poético-afectiva a la palabra, de manera directa. Al buen uso de la palabra.