Es la estructura –lo simbólico, y no lo imaginario ni lo real– la que produce el sentido, la que transforma los ruidos de la calle o los sonidos de la voz en significantes de la lengua o de la percepción. Y es el establecimiento de este terreno –el orden de lo simbólico– lo que, al venir a cuestionar el cómodo reparto entre hermeneutas y positivistas al cual la epistemología occidental se había terminado por acostumbrar, hace que tanto unos como otros lo perciban como una incomodidad.