Siempre cerca

¡Esa no era la abuela!

Si la abuela fuese un animal

no sería un rinoceronte.

Se movería con gracia

o se deslizaría sobre el agua

o surcaría el cielo liviana

como una pluma que gira en una suave brisa.

—¿Qué haces cuando la echas de menos, abuelo?

—Me siento aquí

con el cálido viento del valle

acariciando mi rostro.

Y cuando oigo el tintineo de las campanillas de viento

sé que ella está aquí.

Poco a poco empecé a entender.

Entre miles de rostros

reconocía su sonrisa.

Luego un guiño.

Luego sus mismas arrugas.

¡Incluso vi su nariz!

Todas las piezas sueltas

del rostro más dulce del mundo.

Quizás esa brisa fresca sea la abuela,

o ese arbolito

rebosante de vida y de mil tonos de verde.

La abuela me dijo:

—Cuando te sientas triste

porque ya no esté aquí,

será entonces cuando estaré más cerca de ti.

—Ella era una sonrisa, abuelo.

¿Abuela?
¿Es mucho pedir
que me envíes una señal?

Pero cuanto más intentaba
no echarla de menos