El recorrido que nuestra práctica clínica fue teniendo en estos últimos años fue el producto de cuestionamientos que la misma clínica nos arrojaba. El poder escucharlos e intentar abrir las preguntas sobre aquello que no cerraba con una lineal explicación de alguno de sus aspectos, hizo posible esta construcción.
Así, la clínica de los problemas en el lenguaje empezó a arrojar preguntas: ¿Por qué muchos niños con problemas en el lenguaje no pueden jugar? ¿Por qué algunos sonidos de la lengua no ingresan en el sistema que ya posee el niño? ¿Por qué en algunos niños el lenguaje los roza, pero no los toma?
Las preguntas fueron muchas, pero una aparece en el centro de la escena, permitiéndonos una conceptualización más abarcativa: ¿qué es el lenguaje? ¿Qué le pasa a un niño cuando no puede adquirir el lenguaje, quién es ese niño, qué concepción de niño poseemos para pensarlo en esta apropiación?
La complejidad de la apropiación del lenguaje, nos coloca en todo momento en un doble anclaje: el lugar subjetivado desde donde se posibilitará un hablante, y las articulaciones de los subsistemas que coexisten en la lengua, de los que cada niño debe apropiarse.
Tomar esta posición teórica nos lleva a intentar delinear en el marco de la interdisciplina, los bordes de la terapéutica del lenguaje, introduciéndonos en el difícil campo de la subjetividad y con él, en el de la enunciación, soportando el saber que en cada pieza lingüística que conocemos como implante de lo enunciativo, se juega lo lingüístico y lo subjetivo en forma absolutamente imbrincada.
Los síntomas tienen, con esta mirada, una significación que hace hiancia, que no se cierra, que se arma en ese momento, desterrando el sentido directo, la significancia cerrada. Eso que se produce tiene soporte en su existencia.