Como último recurso, mi esposa vertió en la boca de la niña unas cuantas gotas de miketamida, un estimulante del corazón que también le habíamos dado la noche anterior. Un hilito de líquido salió de su boca sin vida y se deslizó por la mejilla. Seguimos observándola con tristeza. Entonces, para nuestro asombro, la niña abrió los ojos y, tras hacer una mueca extraña, dijo muy seria que el medicamento era amargo. Entonces volvió a cerrar los ojos. Me apresuré a examinarla y ella empezó a dar señales de vida, si bien muy débiles al principio.