Mi abuela sonreía dulcemente, era una extraordinaria historiadora, quien sabía a ciencia cierta que la vida es demasiado breve para arrepentirse de nada, y que la soberbia humana nos impide entender que las rebeliones sociales son sólo pasos diminutos que abren camino a quienes vienen detrás. Marie Rose, quien me miraba con sus ojos verdes y luminosos, insistía en que la vida no debe perderse en el angustioso encierro del miedo al enemigo: «No construimos el presente, sino el futuro; por eso el temor es una herramienta de la inteligencia, nos alerta para pensar y trazar caminos», aseguraba mi abuela.