Esperó un poco más antes de volver a hacer exactamente lo mismo que las dos veces anteriores, con una sola excepción: en esta tercera prueba no pudo obligarse a escupir la muestra.
Había encontrado prometedoras las otras mezclas, pero aquel vino parecía llenarle la boca. Josep cerró los ojos y saboreó los mismos aromas de zarzas y ciruelas que había encontrado en los intentos anteriores. Sin embargo, aquí había también cerezas negras, un lametazo de piedra, un atisbo de salvia y el olorcillo de la madera de las cubas. Tenía almacenados en la memoria algunos de aquellos aromas, mientras que había otros rastros minúsculos de dulzura y acidez que descubría por primera vez. La mezcla tenía una nueva plenitud y Josep dejó que extendiera su suavidad por la cara interior de los carrillos, se deslizara bajo la lengua y se derramara por encima hasta que un hilillo de vino goteó garganta abajo y le administró una cálida caricia.