A mi madre le encantaba la cuerda. Le fascinaba que un solo cabo pudiera retorcerse y entrelazarse hasta formar patrones infinitos; universos enteros podrían salir de un solo hilo. Hacía diagramas de cada nudo en una libreta que no se me permitía mirar sin supervisión, con sus correspondientes cálculos y expresiones algebraicas que definían la forma en la cual cada giro, vuelta, circunvolución y recodo se cruzaban, interactuaban y se doblaban sobre sí mismos.