Wedo prefería no dar más golpes hasta que empezara a escasear el dinero o la droga. Prefería pasar el tiempo metiéndose y dormitando en el hotel o motel, y salir a comer una o dos veces al día, normalmente comida rápida grasienta en algún restaurante sucio. Aunque había pasado la mayor parte de su adolescencia tirado en celdas, lo que debería haberlo preparado para la vida sedentaria, se inquietaba. Ni siquiera los libros conseguían proporcionarle una vía de escape de las fuerzas que se quejaban en su interior, un escozor irritante, un ansia sin un objetivo concreto, una rabia ante algo indefinido. En ocasiones dejaba a Wedo dormitando y salía a dar un paseo por el barrio o a ver una película, aunque las películas, al igual que los libros, no conseguían mitigar su vaga insatisfacción. En Preston, pensaba que todo saldría bien, incluso estupendamente, en cuanto resucitara. No resultó cierto. La realidad era deprimente y solitaria. Cuando fumaba marihuana, no conseguía disfrutar, solo aumentaba su soledad y su inquietud. Dado que gracias a la acción y al peligro conseguía olvidar su depresión, o su ansiedad, o lo que fuera que sentía, instó a Wedo para que realizaran más robos. Wedo solo se arriesgaba cuando sentía a la bestia llamando a su puerta, por así decirlo, solo cuando le faltaba dinero para pagar por un techo o la heroína. Además de sentirse acosado por sus enredos internos, a Alex no lo satisfacían aquellos robos precarios. Quería un coche propio y cualquier otra cosa que se le antojara. Le gustaba la sensación de tener dinero en el bolsillo, eso le daba opciones que aliviaban parte del remolino de sensaciones negativas. No se contentaría simplemente con salir más a menudo, estaba listo para enfrentarse a golpes mayores que licorerías, gasolineras o farmacias. Por su parte, Wedo consideraba que los lugares pequeños resultaban más fáciles y seguros