Las hembras, con sus «desordenadas hormonas», constituían los valores atípicos que salían por la tangente del relato principal, y no merecían el mismo nivel de escrutinio científico. Sus cuerpos y comportamientos se ignoraban. Y el vacío de datos resultante se convierte en una profecía autocumplida: a las hembras se las ve como meras compañeras invariables e inertes de la aventura masculina porque no hay datos que las vendan como algo distinto.