El tiempo de una vida ofrece una diversidad de caminos y uno de los posibles es el de Santiago. Este libro se propone como un camino de iniciación a ciertas preguntas, esas que todos nos hacemos desde el comienzo de la vida. Podría leerse como un relato filosófico, delicado y sin pretensiones, escrito con la pluma del corazón y de la sabiduría.
Camino de Santiago se apoya más en las preguntas que en las respuestas y de este modo resulta inclasificable: ¿Es una novela, un libro de autoayuda, un manual de filosofía para principiantes? Es todo eso, pero esencialmente un libro que llegará al alma de los lectores. No es un viaje descriptivo del camino hacia Santiago sino un viaje interior. Llegar a Santiago es –como a Ítaca en el poema de Kavafis— una excusa puesto que el viaje es hacia el conocimiento nos ocupa toda la vida.
Un libro dentro de otro libro, como una sucesión infinita de mamushkas. El porvenir lleva el peso de todos nuestros pasados. No es indiferente saber de cuántas palabras olvidadas está hecho. Las grandes verdades dejan de serlo cuando se institucionalizan. La verdad provoca movimiento, un estado de alerta, de búsqueda insaciable y llegar a ella es una meta inalcanzable. Las palabras conservan la tristeza de que nunca tocarán puerto. No obstante, seguimos escribiendo y cuando lo hacemos reconocemos la frase de André Neher: «De la A a la Z la historia bíblica permanece abierta en la concepción judía. La A no es el comienzo sino lo anterior, y la Z no es el fin sino la apertura».