Desesperación, te conozco,
y puedo escuchar tus pasos
y el susurro de tu vestido
mientras bajas las escaleras.
Y casi –casi– te digo buenos días
o buenas tardes
a ti, mi vieja vecina.
Te conozco
–te conozco–,
aunque lleves puesta
ahora la ropa de una mujer extranjera.
¿Quién más,
quien más que yo
te conocería?