Tacet: un ensayo sobre el silencio

La palabra es el rasgo distintivo del hombre, no por estar asociada a su naturaleza, sino por ser parte constitutiva de él. El hombre nace, se desarrolla, se moldea y se expresa dentro de un lenguaje.

Liberado de la tiranía de la vecindad, no puede sustraerse a la del espacio, ya que todo lugar solitario deja de serlo cuando viene a vivir a él un solitario.

El hombre es un ser solitario que no está solo.

El hombre, que nace por división, tiende de modo natural a la unidad

Dentro del circuito del silencio, la quietud que habla restablece el punto donde la memoria activa las facultades, desencadenando una riquísima gama de movimientos interiores. El paso de la admiración pura y simple a los actos individuales conduce a una gran variedad de gradaciones, descritas por un maestro contemplativo, el capuchino Bartolomeo Barbieri da Castelvetro:

el silencio, la palabra única, energía vital vigorizante y encerrada en su envoltorio («[el amor] habla ya aquietado, / vive en sí bien fortalecido, Laude, 82)

reflexión y la contemplación tienen en común el seguir libremente sus impulsos según una espontánea atracción, sin dejarse detener por ningún obstáculo, mientras que la meditación intenta penetrar en el corazón de las cosas, derribando todo lo que está cerrado.

La muerte de la semilla es la vida de la planta. Y precisamente la planta, único ser de la naturaleza que es silencioso y animado al mismo tiempo, se nos ofrece como la imagen más perfecta de lo que se produce en el curso de las pausas que suceden a la lectura.

Muerta en el silencio de la escucha, la palabra vuelve a germinar en el silencio ferviente que la envuelve

el silencio de la escucha ha dejado paso dentro de él al silencio del recuerdo de lo que ha leído