El pequeño astronauta atravesó el hueco en el muro y salió de su realidad. Primero le cegó la luz. Cuando sus ojos se adaptaron, tuvo que hacerlo también su cerebro. Se encontraba en un lugar que no había visto antes. Quizá fuera un tejado. Y estaba cara a cara con una persona enorme que tenía su libro rosa en sus manos. Su historia, la del búho rosa y la de Finn. Alguien que estaba leyendo esta misma frase y dándole sentido mientras lo hacía.
Ni el humano enorme ni el pequeño astronauta sabían si estaban al principio o al final de su historia. O si habían vivido este momento antes. Al fin y al cabo, el tiempo y los recuerdos funcionan de una manera extraña en el límite entre universos.
El pequeño astronauta miró con curiosidad todo lo que rodeaba a ese humano enorme. Toda esa nueva existencia más allá de la suya. Un universo
de orden superior.
Entonces te sonrió a ti, sí, a ti, y pensó en ti como un amigo. Estalló en una carcajada de alivio y felicidad, y su nuevo casco rosa soltó chispas como nunca antes lo había hecho.
«Creo que ya tengo la respuesta», pensó.