Como sociedad, tratamos el hambre como un fracaso moral, como señal de que alguien carece de lo básico. Nos acordamos de combatir el hambre en Navidades, pero juzgamos a las mujeres que dependen de los bancos de alimentos, a las beneficiarias de ayudas al comedor escolar, a las receptoras de cupones alimentarios, por no ser capaces de hacer frente a un problema que desconcierta a los gobernantes de casi todo el mundo. Tratamos la pobreza como si fuera un crimen, como si las mujeres que la experimentan tomaran mal las decisiones que les afectan a ellas, a sus hijas e hijos a propósito. Ignoramos que no tienen opciones a su alcance, que deciden sin red.