En este libro, intentaremos evitar los dos extremos, ambos filosóficamente patológicos, de la admiración y del odio, no tanto por razones morales, sino por motivos exclusivamente filosóficos. Un filósofo que tuviera la razón acerca de todo no merecería ser pensado. Tan sólo haría falta memorizar sus textos y repetirlos, a la manera de un fundamentalista religioso. Quien piensa que Platón, Aristóteles o Hegel expusieron la totalidad de las verdades pensables no necesitan hacer filosofía, no necesitan pensar, les basta con repetir lo que estos filósofos escribieron.
Los discípulos embobados y absortos no son filósofos sino vulgares comerciantes de la filosofía. En buena simetría, un filósofo que erre sobre todas las cosas tampoco merecería ser leído. Si una idea no aporta nada, si un pensador se equivocó en todo, no conviene perder el tiempo hablando de él, mejor dejémoslo desvanecerse hacia la nada.