Adiós, Madrid

No sabía que estaba sufriendo de uno más de los males del df, el más cabrón, el terrible, el que no perdona: la nostalgia. Y al no saberlo, no tenía idea de cómo remediar el insomnio.

Héctor se quedó despierto, contemplando la noche desde una de las ventanas del hotel; las voces de los borrachos que se iban retirando por las calles laterales a la Gran Vía le servían de referencia. Junto a ellas el ruido final de los tablaos flamencos de mentiras. El invierno era seco, sin humedad, el frío se ponía encima de la piel. Amanecía. Los basureros barrían las calles con mangueras de presión

No hay como la metafísica de las mañanas, con las horas cambiadas en el reloj del cuerpo y la falta de territorialidad real de los aeropuertos, para que uno se instale en el formular preguntas idiotas, se dijo el detective, ahora sí, consciente del asunto, y entró en la ciudad