Estoy deprimido. ¿Cómo salir de aquí

mantener el equilibrio entre las demandas de la persona depresiva y las propias necesidades de los familiares es difícil, pero imprescindible, para no sentirse arrastrado por el torbellino de la enfermedad depresiva.

la enfermedad depresiva no se explica por razones, ya que es una alteración del mundo emocional, y por eso la única aproximación válida a estas personas es la comprensión y el afecto.

clima familiar en donde se puedan expresar todos los sentimientos (odio, culpa, amor, agradecimiento, rencor, etc.), con la sola limitación de no llegar a las manos. Una «familia antidepresiva» es aquella que es tolerante y permite exteriorizar todas las emociones, es decir, donde existe la libertad de pensar y sentir, con la única barrera de la agresión física.

la valoración. El niño debe sentirse querido y valorado, no por lo que hace (buenas notas, buena conducta, etc.), sino por lo que es: hijo. Un mensaje antidepresivo es: «Te quiero porque eres mi hijo, no por lo que haces o consigas».

En la vida ocurre como con las vacunas: una pequeña dosis –de malestar, dificultad, contratiempo y fallos– es necesaria para que el niño se inmunice y elabore los mecanismos psíquicos más apropiados para ser feliz.

hay que educar para admitir el fallo y el error. No somos perfectos ni podemos conseguir la perfección en todas nuestras acciones. Desde las propias limitaciones es desde donde podemos construir una vida exitosa. Además, no siempre podremos evitar las contrariedades propias de la misma existencia, sino que debemos aprender a vivir con ellas.

Familias violentas. En ellas, de forma paradójica, el vínculo se mantiene a través de la violencia psíquica o física. Son familias que solamente saben discutir, insultarse, incluso llegar a las manos como forma de autoafirmación y gobierno. Se instaura un clima de ataque y defensa que, cuando no se va hacia fuera, se dirige hacia dentro, transformándose en depresión. En este sentido, la depresión es una autoagresión.

El niño que no se ha sentido querido, valorado, apreciado, llega a la conclusión de que no sirve para nada. Se siente desvalorizado: «Soy un inútil», «todo lo hago mal». Y esta vivencia lleva de la mano ese otro gran sentimiento: la culpa.

Familia descalificadora. El «no sirves», «no vales», «tu primo saca mejores notas», etc. es el leit motiv de estas familias.

Este tipo de estructuras familiares quieren modelar al «niño pluscuamperfecto», en el que no tiene cabida ni el error, ni la deficiencia, ni el fallo. El listón está tan alto que precisa de un sobreesfuerzo continuo para superarlo. De lo contrario se produce la depresión. El fallo, pues, no está en el individuo, sino en las metas propuestas.