Nos gustaba la misma literatura, y gran parte del patrimonio de nuestro pasado daba fe de países ficticios, ciudades ficticias, donde habíamos pasado un tiempo ficticio con hombres y mujeres ficticios, y a menudo eran los mismos países, ciudades, hombres y mujeres, y, a pesar de todo, estábamos como dos días antes al teléfono: yo escuchaba, él escuchaba, cómo él, cómo yo, estaba hilvanando una frase… esta vez para volver a llamarnos el uno al otro y recordarnos que habíamos ido camino a la amistad… si es que una cosa así es posible a nuestra edad.