Anagramas

Básicamente, me di cuenta, estaba viviendo en esa espantosa etapa de la vida que va desde los veintiséis a los treinta y siete años conocida como estupidez. Es cuando no sabes nada, sabes incluso menos de lo que sabías cuando eras más joven, y ni siquiera tienes una filosofía sobre las cosas que no sabes, algo que sí tenías a los veinte y que volverás a tener a los treinta y ocho. Aunque intentaste ciertas cosas.

De forma inevitable, cuando cumplo años empiezo a evaluar mi vida, determino cómo me está yendo según la cantidad de gente que recuerda la fecha. Es como ir a tu propio funeral: tienes la oportunidad de ver quiénes son tus amigos, quiénes aparecen.

Ahora miraré a Darrel mentir. Cuando diga no, lo estudiaré, observaré cómo lo dice; de ahora en más, sabré lo que hace cuando miente, cómo pone la cara, cómo mueve la boca, sabré cómo es su mirada cuando miente, cómo es su voz cuando miente. Aunque él no sepa que esté recolectando esta información, debo hacerlo.

Cuando llegas a los treinta, eres menos hospitalario; empiezas a cerrar las ventanas. Has tenido suficiente del mundo; piensas que tienes todo lo que necesitas para el resto de la invernal vida. No puedes dejar entrar ninguna otra cosa pues nunca llegarás a entenderla. Y la pesadilla es, por supuesto, que mientras comienzas a cerrar tu casa, te das vuelta y de repente ves, sin aliento, que tú eres la única cosa allí dentro.

–No lo sé –susurra–. Benna, a veces simplemente no me siento capaz de sentir amor… no el amor del que hablas y deseas.

–Genial –digo–. Esto es precisamente lo que necesito. –Conozco esta clase de hombre. Tienen miedo de que quieras casarte con ellos o poseerlos de alguna otra forma, de modo que puedas proveerlos de algún comentario común y corriente sobre la forma en que sus personalidades falsas y lloronas pueden ser mejoradas. Tienen una tendencia a mirar tus caderas con disgusto, a avanzar por la calle llena de otros vehículos sin mirar a los costados.

–Benna, lo siento. No estoy seguro sobre lo que necesitas de mí, pero me siento insensible, me he sentido insensible por años.

Me pregunto si es sobre sexo. Si es sobre mí. Si es sobre por qué no está enamorado de mí todavía o no lo estará nunca. Las palabras, pienso, las palabras son todo lo que necesitas para el amor: las dices solo porque sí y entonces tu corazón se eleva y se derrama sobre esas palabras. Mi idea en un romance es que si todos hacen las suficientes declaraciones, alguna de ellas está destinada a ser verdad.

Intento encontrar cosas para tachar o marcar con un círculo, para sentirme como una profesora, como alguien que sabe cosas.

Cada vez se convencía más de que era solo a través de los niños que uno podía volver a conectarse con algo, que en esta vida era solo a través de los niños que uno podía llegar a casa, volverse un hogar, dejar de ser un visitante.

De la imposibilidad del amor sexual.

He decidido que odio a todas las personas bajas, a todas las personas ricas, a todos los funcionarios del Estado, a los poetas y a los homosexuales.