El descontento

Al final, en la vida necesitamos pocas cosas: alguien que nos quiera, una cama con grandes almohadones, unas latas de cerveza bien frías y unos tomates que sepan a algo.

Nadie puede cambiar el mundo, tan solo intentar que el mundo no le cambie demasiado.

Mamá, quiero volver al pueblo, quiero acostarme a las diez de la noche y dar paseos y no tener que esforzarme por ser alguien. No quiero ser nadie».

Quizás el problema de algunas personas, y por algunas personas me refiero a personas como yo, es que pensamos que la vida nos va a ofrecer algo asombroso en el momento menos esperado.

Pablo me ayuda a buscar alojamiento en Fuerteventura por Airbnb mientras nos quejamos del enorme daño que Airbnb está provocando en las ciudades y lugares turísticos.

Entro en Instagram. Instagram me parece la red social más insustancial de todas las redes sociales. Es como un escaparate de cosas bonitas y bebés feos.

Me aterra un poco que piense así. Que el trabajo se convierta en su fuente de reconocimiento y que, como si estuviera en un casino, se haga adicta a las recompensas en forma de emails del jefe con el nombre de otra persona.

Y creo que otras personas utilizan las reuniones como baños de autoestima para sentirse importantes.

Porque una mujer comprando velas en un Zara Home, Pablo, es una mujer al borde de la desesperación.

La canción es ese horror titulado «Happy», de Pharrell Williams.