Caspian, muerto, con el agua fluyendo sobre él como cristal líquido. La larga barba blanca se balanceaba en ella como una hierba acuática, y los tres se detuvieron y lloraron. Incluso el león lloró: lágrimas enormes de león, más preciosas que un diamante macizo del tamaño de la Tierra. Y Jill advirtió que Eustace no parecía un niño gimoteando ni un muchacho que llora e intenta ocultarlo, sino un adulto que llora de pena. Al menos, así fue como mejor pudo describirlo; pero en realidad, como dijo la niña, las personas no tenían una edad concreta en aquella montaña.
—Hijo de Adán—dijo Aslan—, entra en esos matorrales, arranca