motivo de tal deterioro fue la llegada, en esa década, de los ordenadores. En un entorno en el que la actividad es un indicador aproximado de la productividad, la introducción de herramientas como el correo electrónico (y, más tarde, Slack), que indican de forma visible y con un mínimo esfuerzo que un individuo está ocupado, llevó de forma inevitable a que el trabajador del conocimiento dedicara más tiempo al día a hablar de su trabajo, de la manera más rápida y frenética posible, a través del incesante intercambio de mensajes electrónicos.