Escribir sobre Antonio Caballero Holguín es un reto porque junto a su prosa la escritura propia palidece. Y no me refiero al contenido. Al margen de su visión del mundo y de su opinión, con la que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, su estilo es impecable. Su ritmo, magistral. Es elegante, no abusa del lenguaje ni pretende hacer notar su erudición con frases rimbombantes o cursis. Y aunque su mensaje, siempre crítico y profundo, pueda chocar a unos y regocijar a otros, es claro que el verdadero valor del arte está en su capacidad de generar reflexión, cuestionamiento, reacción. Y Antonio tocaba a todos los que le leían.