Me quemé como un sol envejecido. Rompí el aire a brazadas y un no sé qué de berrinche me tomaba toda porque ya no era yo tanto una mujer como un cuerpo, una cosa que picaba y ardía. El cosquilleo de los dedos dio paso a otras sensaciones que no me atrevo a decir. Y entonces supe que antes no había sido un cuerpo, sino un plato, un cuenco, una cosa hueca que, en bien o en mal, ahora estaba siendo colmada por fuego ardiente y hollín.