Connie Flint es un torbellino. Hija de una familia burguesa que se ha
beneficiado con la Revolución Industrial, no se halla entre las nuevas
amistades de la familia. Prefiere, en cambio, tocar el violín en los
bajos fondos londinenses, entre rateros y bohemios, entre bebedores y artistas.
Connie Flint quiere, sin saberlo, ser una heroína de su tiempo, de su propia historia. Se reúne con las mujeres que comienzan a proponer el sufragio femenino, discute con hombres acerca de los
derechos que debe tener una mujer, detesta que le digan que se comporte
como una dama.
Entonces, el torbellino que es la envuelve con la fuerza de dos personas que ruedan por una escalera cuando conoce al
socio de su hermano mayor: un estirado vizconde que solo abandona la preocupación por una banda de ladrones que amenaza la industria que construye al verse envuelto en el huracán de Connie.
Pasan todavía
muchas cosas: un casamiento que se precipita y amenaza ser disparatado,
un viaje a París que puede terminar en tragedia, una joven herida
víctima de la banda de ladrones que es la clave para encontrarlos, la convicción de Connie de que hacer de su vizconde alguien menos estirado
es también la forma que tiene de ser una heroína, de encontrar, sin miedo ni vacilaciones, el destino.
De cómo nuestra audaz heroína pudo, después de muchísimas peripecias, anunciar su boda con un noble, vivir algunos días de sosiego campesino, conocer París, ayudar a quien había que ayudar, desbaratar lo que había que desbaratar, escribir, por fin, el punto final de la página en blanco de sus atolondrados días y encontrar su destino.