El hijo predilecto

Tocaba cada una de las hojas de los árboles de la acera sin saltarse ni una. Bastaba con fijarse en las zonas en sombra para saber que, si no llegaba la luz, era siempre por un motivo, por algo que obstaculizaba su paso. Nada estaba sombrío sin razón. Lo único que hacía la luz era acatar las leyes físicas de la energía que la generaba, sin ningún sentimiento. No había justicia más perfecta que esa. Kōko tomó aire. N

Ponía mucho empeño en hacer, sin motivo aparente, cosas que inevitablemente la apartaban de los demás. Pero, si no había nadie que pudiera aceptarla como era, prefería que la dejaran sola. Quizá era eso lo que pensaba. No podía soportar esa retórica de «ser todos amables para no excluir a nadie» que intentaba inculcar el institu

Había tenido que quedarse embarazada y estar a punto de parir un hijo para poder escapar de la libido que corría dentro de ella como lava. De pronto se sintió orgullosa de su determinación, y ese orgullo se convirtió en resentimiento no solo hacia Osada, sino también hacia su hermana, hacia Doi y hacia Hatanaka por juzgarla tan duramente una y otra vez.

provocaban una amargura que a duras penas podía contener. Y, pese a ello, lo que hacía era doblegarse ante las expectativas de Osada y contonearse sobre su cuerpo seboso con ademanes histriónicos, convenciéndose a sí misma de que consumar el acto era parte de lo que tenía que hacer.

Sintió rabia ante su falta de determinación. Había molestado a Osada con una llamada ridícula, la primera en cuatro meses, y ni siquiera había sido capaz de de

Apenas un día después de despedir a Kayako en la estación Kōko ya estaba con Osada gozando del calor de la carne. Pero ¿cómo vería a esos niños ahora que albergaba a un feto de cinco meses en su interior? ¿Habría cambiado su perspectiva? Quiso comprobarlo. Sin duda el hecho de estar embarazada habría cambiado su percepción.

Kōko descubrió que en el fondo ella misma estaba dominada por la fuerza del instinto, una fuerza que la llevaba a protegerse con uñas y dientes de un modo irracional. Darse cuenta de que esa era su verdadera identidad la había hecho llorar de amargura.

No podía evitar preguntarse si su amor por Kayako no sería solo aparente. Si Doi le hubiera dicho que tenía que dejar a la niña en algún lugar lejano a cambio de estar con él, Kōko habría sido capaz de hacerlo, de abandonar a su propia hija con tal de no perderlo. Cuanto más consciente era de ese egoísmo tan espeluznante más se desnudaba frente a Doi y con más desesperación

que ella no era la única que estaba obsesionada con los hombres…, pensó entonces, dejándose llevar por una furia irracional. Su entorno la había juzgado duramente por esa obsesión, incluso la habían tachado de ninfómana, pero ¿acaso no lo era? Sabía perfectamente que había un deseo voraz en ella que se manifestó desde su más tierna infancia.

Estaban en esa etapa de la vida y lo mejor que podían hacer los adultos era contemplarlos con cariño y, si acaso, con algo de nostalgia.