vez afuera, fue devastador descubrir que mi madre se había ido sin mí. Justo en aquel momento, la señorita Hoyberger me agarró por detrás y me condujo con severidad de vuelta a la clase, de la que ya no hubo modo de escapar. Aquel día aprendí a contener mis lágrimas y mi sensación de agobio para poder encajar. A medida que fui creciendo, comencé a cerrar otras partes de mí con el fin de crear un personaje complaciente y aceptable para mi familia y mis maestros.