le resulta la manera en la que su hijo la mira, sin confiar del todo en ella, pretendiendo que sea algo que Antonia no comprende demasiado bien, algo a lo que ninguno de los dos está acostumbrado.
La abuela asiente, y no dice nada.
Antonia cuenta cómo se siente respecto a su marido en coma. Aquí usa muchas evasivas. Es cinturón negro en mentirse a sí misma, y blanco amarillo en expresar su realidad.
La abuela asiente, y no dice nada.
Antonia se mosquea.
—Llevo diez minutos hablando sola.
—Llevas diez minutos compadeciéndote de ti misma. No te crie para que fueras una boba gimoteante. En mí no vas a encontrar compasión, niña. Si quieres llorar, ve a apoyarte en Jon. A él le pagan por prestarte ese hombro enorme y musculoso.
—Ya —dice Antonia, cuando logra recuperarse de la virulencia del ataque de la abuela, que ha envuelto su habitual franqueza con lija y la ha entregado a martillazos—. Con Jon no van demasiado bien las cosas tampoco. No es que me esté apoyando demasiado con Mentor. Anoche…
—Oh, eres tan cabezota —interrumpe la abuela—. Escucha, y escúchame bien, Antonia Scott. Sólo hay una solución a tus problemas, a todos ellos. Déjalo.
Antonia parpadea, asombrada. La anciana continúa.
—Cometiste un error, hace años. Marcos murió por tu culpa.
—No está muerto, abuela.
—Las dos sabemos lo que ponen los informes médicos. Las dos sabemos que sólo sigues aferrándote a él porque no reconoces tu error. Pero tu marido ya no está. Enfermaste por no querer admitirlo. Enfermaste de soberbia, y eso alejó a Jorge y obligó a tu padre a quitártelo.
La abuela hace una pausa para darle un trago a un vaso que hay sobre la mesa. Parece zumo de grosellas, pero conociendo a la abuela, seguro que es zumo de otra clase. De los que envejecen en roble.
—Por no estar junto a él desde que nació, no has aprendido nada de cómo debe ser una madre. Sobre todo la lección más importante. No acer