Mi querido Walter:
¡Cuánto te quiero!, pero nunca lo sabrás hasta que haya muerto. Poco piensas, mientras me paseas en mi silla de inválida, cómo tus delicadas atenciones han ganado el corazón de una tísica al borde de la tumba. ¡Cómo me gustaría chupar los dulces del amor de tus labios!, acariciar y frotar tu inmensa polla y sentir sus cosquilleantes movimientos dentro de mí. Pero esos gozos me están vedados: la más mínima excitación sería mi muerte, y no puedo por menos que suspirar cuando miro tu encantadora cara y admiro las perfectas proporciones de mi amante, como queda en evidencia por ese gigantesco paquete de llaves o de otra cosa que siempre pareces llevar en el bolsillo. En realidad, parece que eres dueño de la mayor de las llaves, cuyos ardientes empujones abrirían la cerradura más virginal.